Pedro López López
Profesor Titular de la Facultad de Ciencias de la Documentación de la Universidad Complutense. Fundador del Colectivo de Docentes de Información y Documentación por el Compromiso Social
[Publicado en Educación y Biblioteca, nº 176, marzo/abril 2010, pp. 36-37]
Una de las quejas más extendidas en las profesiones del ámbito de Biblioteconomía y Documentación es, sin duda, aquella que se refiere a su escaso reconocimiento social. Desde mi punto de vista, nos encontramos ante una queja que tiene su razón de ser, pero que a menudo es formulada por aquellos que muy frecuentemente dan la espalda a problemas sociales que requieren compromiso social. En mi opinión, sin compromiso social no puede exigirse reconocimiento por parte de la sociedad.
Un sector de nuestros profesionales considera de muy mal gusto pronunciarse sobre problemas sociales y cuestiones políticas. Bajo su perspectiva, una cuestión como la condena del golpe de estado perpetrado en Honduras en junio de 2009, no es competencia de los profesionales. Intervenir como profesionales en un debate como el de la llamada recuperación de la memoria histórica ya cae a años luz de sus planteamientos pretendidamente asépticos. Reivindicar la República Española y condenar el golpe de estado de 1936 y la posterior dictadura criminal que dejó ciento y pico mil muertos en las cunetas y miles de niños robados, según está ya sobradamente documentado (y todo esto es una cuestión más actual de lo que parece a primera vista)… eso ya debería ser motivo para retirar el título a cualquier profesional, según los que creen ser neutrales.
Pero, entonces, si cuestiones de esta relevancia política y social, nos son ajenas, ¿qué reconocimiento puede pedirse a la sociedad? Si no hay compromiso con la democracia y los derechos humanos, ¿qué fuerza moral hay para pedir reconocimiento social?
En el mundo del que formo parte, la universidad, un sector no desdeñable del profesorado tiene un total desinterés por asuntos sociales y políticos, y no ve en absoluto la necesidad de que estos asuntos (responsabilidad social, promoción de los derechos humanos y los valores democráticos, ética…) se integren en la formación de los futuros profesionales. Cuando se programan actividades en una facultad, tampoco ve con buenos ojos que puedan rebasar el marco académico y profesional (un marco bien concreto y ceñido a cuestiones técnicas y gerenciales), desvinculándolo totalmente de todo aquello que pueda ser percibido como “político”. Pero esto hace que la asistencia a actos que son abiertos a todo el que quiera asistir, sea con frecuencia reducida y haya que “cazar a lazo” a alumnos, profesorado o incluso personal administrativo para no dar una imagen demasiado pobre del centro cuando hay una conferencia con ponente invitado, una mesa redonda o una presentación de libro. Los temas estrella son excesivamente técnicos y centrados en tareas que sólo pueden interesar a especialistas: metadatos, catalogación de materiales especiales, gestión de unidades de información… ¿cómo se quiere atraer la asistencia de personas ajenas a este mundo?
El sector que más se queja de la falta de reconocimiento es el que más limita la proyección social al intentar boicotear con su actitud cada vez que muchos de nosotros organizamos algún acto o publicamos una reflexión sobre asuntos como compromiso con los servicios públicos, abusos de la legislación en materia de propiedad intelectual, fomento de los valores democráticos y los derechos humanos, etc. Todo eso, para este sector, es visto con un desprecio que refleja una preocupante cortedad de miras intelectual y social.
Precisamente para combatir esta especie de fobia al compromiso social decidimos en noviembre de 2008 crear el Colectivo de Docentes de Información y Documentación por el Compromiso Social a partir de un manifiesto en el que los integrantes (en la actualidad, más de ochenta, tanto de España como de Portugal y de varios países latinoamericanos) declaramos que las enseñanzas de Información y Documentación “necesitan reforzar aspectos relacionados con el pensamiento social y con el compromiso democrático”. No inventamos la rueda con ello, sino que nos atenemos a directrices reflejadas en documentos de la UNESCO, el Consejo de Europa e incluso de la IFLA. Por mencionar un documento bastante reciente, y no citado, por tanto, en el manifiesto, en julio de 2009 la Conferencia Mundial sobre la Educación Superior terminó con un comunicado que señalaba (punto 3) que "la educación superior debe no sólo proporcionar habilidades”… sino también promover el pensamiento crítico y la ciudadanía activa, y contribuir a la educación de un ciudadano comprometido con la construcción de la paz, la defensa de los derechos humanos y los valores de la democracia". El manifiesto firmado por los integrantes del colectivo sólo intenta recordar las obligaciones que tiene la universidad, y nos compromete a tratar en nuestra docencia temas y aspectos relacionados con las cuestiones y los valores que destacan el compromiso social de las titulaciones del ámbito de Biblioteconomía y Documentación, fomentar la investigación sobre estos temas y, “en definitiva, impulsar la conciencia social y el compromiso democrático de los futuros profesionales de la información y la documentación”.
Quizás convenga recordar que los más grandes científicos (puede servir para cotejar este dato la lista de premios Nobel) normalmente han sido personas comprometidas con la sociedad de su tiempo, con posiciones políticas significadas. Y, por referirme a nuestro área, es conocido que los considerados padres de la Documentación, Otlet y La Fontaine, fueron personalidades comprometidas con el pacifismo en su tiempo. La Fontaine llegó a ser senador socialista y a conseguir el Premio Nobel de la Paz. Otlet fue igualmente un destacado pacifista. A ninguno de los dos se le podría haber pasado por la cabeza que fuera posible que la mayoría de un órgano colegiado (una junta) de un centro universitario de su área de conocimiento considerara que era impertinente identificarse con el “No a la guerra” que la inmensa mayoría de la sociedad española y mundial reclamaba en 2003 ante la inminente ocupación ilegal y criminal de Iraq. Como puede suponer el lector, hablo con conocimiento de causa. Si desde el mundo universitario, desde el mundo de la cultura, no se está contra la guerra como método de resolución de conflictos, si la universidad en momentos así renuncia a estar con la ciudadanía, ¿qué reconocimiento cabe esperar de ésta?
Y para la fobia a “lo político” que tienen algunos colegas (que, por mucho que se empeñen, nunca conseguirán ser “apolíticos”), conviene refrescar que el autor del primer manual de Biblioteconomía, el francés Gabriel Naudé, era un bibliotecario político que además acuñó una expresión tan sumamente política como “golpe de estado” (ver artículo de Felipe Meneses en el enlace http://www.ofaj.com.br/colunas_conteudo.php?cod=449). Naudé concebía la biblioteca como un servicio para el ejercicio público de la razón, es decir, lo que posteriormente vino a llamarse “espacio público”, elemento indispensable para el ejercicio de la democracia desde el punto de vista liberal (nada que ver con el punto de vista neoliberal, que sólo quiere espacios de consumo para consumidores y aborrece sobremanera de espacios y personas que pueden ser calificados de “ciudadanos”).
Es conocida la anécdota del libro censurado al cineasta Michael Moore en 2001, tras el ataque a las torres gemelas de Nueva York. Ante la censura que la editorial pretendió sobre el libro, un foro de bibliotecarios protestó por el hecho e inundó de cartas a la editorial. La editorial tuvo que rectificar y dejar que Estúpidos hombres blancos se publicara tal y como había sido escrito. Ésta es una actuación modélica en pro de los derechos civiles y del compromiso social y político, una actuación que deja una huella de reconocimiento en la sociedad, que puede ver que los bibliotecarios “sirven” socialmente para algo, no sólo para estar en sus cubículos realizando con la mayor perfección sus tareas técnicas. Hay cosas más importantes que cumplimentar escrupulosamente tareas técnicas, y con ello no estoy diciendo que esto no sea necesario.
No quiero terminar sin un reconocimiento explícito de la importancia que Educación y Biblioteca ha dado al compromiso social de los bibliotecarios y archiveros, apoyando causas como las de la Plataforma Contra el Préstamo de Pago en Bibliotecas, la reivindicación del impulso de la República de 1931 a las bibliotecas y a la educación y otras que reflejan una ejemplar actitud cívica.
Profesor Titular de la Facultad de Ciencias de la Documentación de la Universidad Complutense. Fundador del Colectivo de Docentes de Información y Documentación por el Compromiso Social
[Publicado en Educación y Biblioteca, nº 176, marzo/abril 2010, pp. 36-37]
Una de las quejas más extendidas en las profesiones del ámbito de Biblioteconomía y Documentación es, sin duda, aquella que se refiere a su escaso reconocimiento social. Desde mi punto de vista, nos encontramos ante una queja que tiene su razón de ser, pero que a menudo es formulada por aquellos que muy frecuentemente dan la espalda a problemas sociales que requieren compromiso social. En mi opinión, sin compromiso social no puede exigirse reconocimiento por parte de la sociedad.
Un sector de nuestros profesionales considera de muy mal gusto pronunciarse sobre problemas sociales y cuestiones políticas. Bajo su perspectiva, una cuestión como la condena del golpe de estado perpetrado en Honduras en junio de 2009, no es competencia de los profesionales. Intervenir como profesionales en un debate como el de la llamada recuperación de la memoria histórica ya cae a años luz de sus planteamientos pretendidamente asépticos. Reivindicar la República Española y condenar el golpe de estado de 1936 y la posterior dictadura criminal que dejó ciento y pico mil muertos en las cunetas y miles de niños robados, según está ya sobradamente documentado (y todo esto es una cuestión más actual de lo que parece a primera vista)… eso ya debería ser motivo para retirar el título a cualquier profesional, según los que creen ser neutrales.
Pero, entonces, si cuestiones de esta relevancia política y social, nos son ajenas, ¿qué reconocimiento puede pedirse a la sociedad? Si no hay compromiso con la democracia y los derechos humanos, ¿qué fuerza moral hay para pedir reconocimiento social?
En el mundo del que formo parte, la universidad, un sector no desdeñable del profesorado tiene un total desinterés por asuntos sociales y políticos, y no ve en absoluto la necesidad de que estos asuntos (responsabilidad social, promoción de los derechos humanos y los valores democráticos, ética…) se integren en la formación de los futuros profesionales. Cuando se programan actividades en una facultad, tampoco ve con buenos ojos que puedan rebasar el marco académico y profesional (un marco bien concreto y ceñido a cuestiones técnicas y gerenciales), desvinculándolo totalmente de todo aquello que pueda ser percibido como “político”. Pero esto hace que la asistencia a actos que son abiertos a todo el que quiera asistir, sea con frecuencia reducida y haya que “cazar a lazo” a alumnos, profesorado o incluso personal administrativo para no dar una imagen demasiado pobre del centro cuando hay una conferencia con ponente invitado, una mesa redonda o una presentación de libro. Los temas estrella son excesivamente técnicos y centrados en tareas que sólo pueden interesar a especialistas: metadatos, catalogación de materiales especiales, gestión de unidades de información… ¿cómo se quiere atraer la asistencia de personas ajenas a este mundo?
El sector que más se queja de la falta de reconocimiento es el que más limita la proyección social al intentar boicotear con su actitud cada vez que muchos de nosotros organizamos algún acto o publicamos una reflexión sobre asuntos como compromiso con los servicios públicos, abusos de la legislación en materia de propiedad intelectual, fomento de los valores democráticos y los derechos humanos, etc. Todo eso, para este sector, es visto con un desprecio que refleja una preocupante cortedad de miras intelectual y social.
Precisamente para combatir esta especie de fobia al compromiso social decidimos en noviembre de 2008 crear el Colectivo de Docentes de Información y Documentación por el Compromiso Social a partir de un manifiesto en el que los integrantes (en la actualidad, más de ochenta, tanto de España como de Portugal y de varios países latinoamericanos) declaramos que las enseñanzas de Información y Documentación “necesitan reforzar aspectos relacionados con el pensamiento social y con el compromiso democrático”. No inventamos la rueda con ello, sino que nos atenemos a directrices reflejadas en documentos de la UNESCO, el Consejo de Europa e incluso de la IFLA. Por mencionar un documento bastante reciente, y no citado, por tanto, en el manifiesto, en julio de 2009 la Conferencia Mundial sobre la Educación Superior terminó con un comunicado que señalaba (punto 3) que "la educación superior debe no sólo proporcionar habilidades”… sino también promover el pensamiento crítico y la ciudadanía activa, y contribuir a la educación de un ciudadano comprometido con la construcción de la paz, la defensa de los derechos humanos y los valores de la democracia". El manifiesto firmado por los integrantes del colectivo sólo intenta recordar las obligaciones que tiene la universidad, y nos compromete a tratar en nuestra docencia temas y aspectos relacionados con las cuestiones y los valores que destacan el compromiso social de las titulaciones del ámbito de Biblioteconomía y Documentación, fomentar la investigación sobre estos temas y, “en definitiva, impulsar la conciencia social y el compromiso democrático de los futuros profesionales de la información y la documentación”.
Quizás convenga recordar que los más grandes científicos (puede servir para cotejar este dato la lista de premios Nobel) normalmente han sido personas comprometidas con la sociedad de su tiempo, con posiciones políticas significadas. Y, por referirme a nuestro área, es conocido que los considerados padres de la Documentación, Otlet y La Fontaine, fueron personalidades comprometidas con el pacifismo en su tiempo. La Fontaine llegó a ser senador socialista y a conseguir el Premio Nobel de la Paz. Otlet fue igualmente un destacado pacifista. A ninguno de los dos se le podría haber pasado por la cabeza que fuera posible que la mayoría de un órgano colegiado (una junta) de un centro universitario de su área de conocimiento considerara que era impertinente identificarse con el “No a la guerra” que la inmensa mayoría de la sociedad española y mundial reclamaba en 2003 ante la inminente ocupación ilegal y criminal de Iraq. Como puede suponer el lector, hablo con conocimiento de causa. Si desde el mundo universitario, desde el mundo de la cultura, no se está contra la guerra como método de resolución de conflictos, si la universidad en momentos así renuncia a estar con la ciudadanía, ¿qué reconocimiento cabe esperar de ésta?
Y para la fobia a “lo político” que tienen algunos colegas (que, por mucho que se empeñen, nunca conseguirán ser “apolíticos”), conviene refrescar que el autor del primer manual de Biblioteconomía, el francés Gabriel Naudé, era un bibliotecario político que además acuñó una expresión tan sumamente política como “golpe de estado” (ver artículo de Felipe Meneses en el enlace http://www.ofaj.com.br/colunas_conteudo.php?cod=449). Naudé concebía la biblioteca como un servicio para el ejercicio público de la razón, es decir, lo que posteriormente vino a llamarse “espacio público”, elemento indispensable para el ejercicio de la democracia desde el punto de vista liberal (nada que ver con el punto de vista neoliberal, que sólo quiere espacios de consumo para consumidores y aborrece sobremanera de espacios y personas que pueden ser calificados de “ciudadanos”).
Es conocida la anécdota del libro censurado al cineasta Michael Moore en 2001, tras el ataque a las torres gemelas de Nueva York. Ante la censura que la editorial pretendió sobre el libro, un foro de bibliotecarios protestó por el hecho e inundó de cartas a la editorial. La editorial tuvo que rectificar y dejar que Estúpidos hombres blancos se publicara tal y como había sido escrito. Ésta es una actuación modélica en pro de los derechos civiles y del compromiso social y político, una actuación que deja una huella de reconocimiento en la sociedad, que puede ver que los bibliotecarios “sirven” socialmente para algo, no sólo para estar en sus cubículos realizando con la mayor perfección sus tareas técnicas. Hay cosas más importantes que cumplimentar escrupulosamente tareas técnicas, y con ello no estoy diciendo que esto no sea necesario.
No quiero terminar sin un reconocimiento explícito de la importancia que Educación y Biblioteca ha dado al compromiso social de los bibliotecarios y archiveros, apoyando causas como las de la Plataforma Contra el Préstamo de Pago en Bibliotecas, la reivindicación del impulso de la República de 1931 a las bibliotecas y a la educación y otras que reflejan una ejemplar actitud cívica.
3 comentarios:
Pensaba que la cosa iba de Biblioteconomía y Docummentación, pero no; el título lo dice bien claro. Supongo que a muchas personas les pasa lo mismo que a mí, a saber, que se agobian con tanto fragmento social reclamando una mirada de justicia sobre ellos. Los de enseñanzas especiales, los de enfermedades raras, los usuarios de trasportes urbanos, los bicicleteros, los expropiados por obras públicas, los periodistas a tiempo parcial... así hasta mil quinientos grupos. Yo termino por pasar de todos. Me da risa cuando en una ciudad, por ejemplo se manifiestan los de un barrio y los de otros barrios los miran como a bichos raros. Es lo mismo que sucede con un pueblo determinado de una provincia o comunidad autónoma, que tiene un problema puntual: un campo de tiro, un vertedero nuclear, unas obras de AVE, etc. Los demás pasan, porque les parece que no va con ellos, "como yo no tengo ese problema, a mí plin". Pero es que, si no es así, estaríamos todas las horas del día con un asunto distinto.
Pero el problema que se denuncia en tu entrada es otro y es muy grave, es el más grave. La falta de conciencia social o política, que es lo mismo. Este señor se queja de la universidad y yo de los institutos y de las escuelas. Y si esto ocurre entre enseñantes, puedo imaginar (como les gusta decir a los alemanes) que será en otras profesiones menos "sociales", menos "humanísticas" (que no menos humanas); les ocurrirá todavía peor, porque estas cosas son siempre generales. A veces, cuando veo que les cierran la empresa a unos cuantos obreros/as por sorpresa, pienso ¡que se jodan! ¿es que no sabían que este sistema funciona así? Sé que esto no es así, que me equivoco, en realidad lo pienso porque estoy un poco hasta los h. Por otra parte, todos vemos la paja en el ojo ajeno y vemos la poca conciencia política del vecino, lo poco de izquierdas que es, pero muy pocos nos preguntamos si nuestro modo de vida, nuestra visión o percepción social y nuestro compromiso está a la altura de las circunstancias. Todos hablamos y hablamos ¡cuánto nos gusta hablar!
Finalmente, hay otro elemento, la fe, que nos la han minado a conciencia, a sabiendas. Extender las ideas de que todos los políticos son iguales, que las ideologías son cosa del pasado, que otro mundo será posible, pero muy poco probable y que, como en la casa ikea de uno, no se está en ningún sitio y, además, tú mandas, que lo mejor es disfrutar con el cuerpo finito que son cuatro días y que me quiten lo bailao, placer, placer, placer y ya la tele te dice lo que es el placer, pues ha desmoralizado mucho.
Estoy con los bibliotecarios y los archiveros y sus reivindicaciones, pero ¿están ellos contra el capitalismo? Porque esta es la raiz de todos los males. Hay que manifestarse para que se cree un ¡uno sólo! Banco Público. Eso les hace más daño que nada en el mundo. Pero, querido Eusebio, en eso no estamos de TODOS acuerdo, quizá empezando por los bibliotecónomos.
Propongo la creación de otra plataforma más, la Plataforma del Único Banco Público.
Un abrazo
Pedro,
Es un placer encontrarte por casualidad en uno de los blogs que tengo enlazados en el mío, y es un honor que hayas formado parte de las personas que me formaron como profesional.
Yo tengo una referencia de "respetabilidad de la profesión".
Siempre me acuerdo del prólogo de Estúpidos Hombres Blancos, de Michael Moore, en el que se cuenta una fantástica anécdota, que habla por sí misma y con la que me despido.
Saludos de una antigua alumna.
Va la anécdota, que gira en torno a la imposibilidad de publicación del libro de Moore:
“[…] Entonces sucedió algo milagroso. Sin saberlo yo, entre el público al que me había dirigido el 1 de diciembre en Jersey se hallaba una mujer que después de escuchar mis penas, decidió hacer algo al respecto. Era una bibliotecaria de Englewood, Nueva Jersey, llamada Ann Sparanese. Aquella noche se fue a casa y se conectó a Internet para escribir una carta a sus amigos bibliotecarios, que colgó en un par de páginas dedicadas a temas literarios progresistas, en las que les contaba lo que Harper Collins planeaba hacer. Me riñó (al más puro estilo de las bibliotecarias) por no hacer público mi caso, pues no tenía derecho a callar en el creciente clima de censura que empezaba a respirarse en el país y que afectaba a todo el mundo.
Cabe recordar que la nueva ley antiterrorista USA Patriot Act prohibía a los bibliotecarios denegar a la policía información sobre quién está leyendo qué. ¡Incluso podían acabar en la cárcel si contactaban con un abogado! Pese a esta atmósfera opresiva, Ann Sparanese pidió a todo el mundo que escribiera a HarperCollins y exigiera que pusiera a la venta el libro de Michael Moore. Y eso es lo que cientos y luego miles de ciudadanos hicieron. Yo no tenía la menor idea de que esto se estaba cociendo hasta que recibí una llamada de HarperCollins.
- ¿QUÉ LES DIJISTE A LOS BIBLIOTECARIOS? – inquirió la voz al otro extremo de la línea.
- ¿De qué hablas? – le pregunté, desconcertado.
- Estuviste en Nueva Jersey y contaste todo a los bibliotecarios.
- No había bibliotecarios en Nueva Jersey y ¿cómo sabes lo que dije?
- Está en Internet. Algún bibliotecario se ha empeñado en difundir la historia, ¡y ahora estamos recibiendo un montón de correo hostil por parte de los bibliotecarios!
Vaya, me dije. Los bibliotecarios son, sin duda, un grupo terrorista con el que uno no querría enzarzarse.
- Lo siento –dije, apocado-. Pero te juro que comprobé que no hubiera prensa en la sala.
- Pues ahora ha salido a la luz, y no hago más que recibir llamadas del Publisher’s Weekly. [...] «¡Malditos bibliotecarios!» Dios los bendiga. No debería sorprender a nadie que los bibliotecarios fueran la vanguardia de la ofensiva. Mucha gente los ve como ratoncitos maniáticos obsesionados con imponer silencio a todo el mundo, pero en realidad lo hacen porque están concentrados tramando la revolución a la chita callando. Se les paga una mierda, se les recorta la jornada y sus subsidios y se pasan el día recomponiendo los viejos libros maltrechos que rellenan sus estantes.
MOORE, Michael. Estúpidos hombres blancos.Barcelona: Ediciones B, 2003. Pág. 16-17.
Siempre que puedo, soy ESA bibliotecaria.
Me avisa Eusebio para que entre en su blog (al que no entro mucho, confieso) y vea los dos comentarios que se han hecho al artículo "¿Reconocimiento social sin compromiso social?". Mobesse hace una pregunta hacia el final de su reflexión sobre si bibliotecarios y archiveros están contra el capitalismo. Es una generalización la pregunta, pero sí respondo por mí: yo sí estoy en contra del capitalismo.
Con respecto al comentario de "Lau", me siento muy honrado de haber ayudado a tu formación, y me cura de esa sensación que uno tiene a veces de "predicar en el desierto". Un saludo muy cordial. Hasta cuando quieras.
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