Hace un mes se celebró en A Coruña el IV Congreso Nacional de Bibliotecas. Durante tres días los bibliotecarios hablamos mucho sobre cómo debe ser la biblioteca pública en este comienzo del siglo XXI, después de que las nuevas tecnologías hayan entrado en tromba en nuestras vidas. ¿Para qué vale una biblioteca ahora, cuando google soluciona en un minuto muchas de nuestras necesidades informativas simplemente tecleando el ordenador?
Debimos de transmitir muchas dudas e inseguridades los bibliotecarios en el Congreso de A Coruña porque, después de la conferencia de clausura, un contador de cuentos gallego contratado por la organización para presentar con originalidad las conclusiones, nos retaba a todos los asistentes con las siguientes palabras:
“Ayer, cuando tomaba café en el puerto de esta ciudad vi en el agua una enorme mole que me impresionó. Era un crucero, pero yo me preguntaba cómo se puede definir un crucero exactamente. Lo que yo tenía delante era un enorme edificio, porque tenía muchas plantas; pero también era un hotel, porque tenía cientos de personas alojadas; pero también era un lugar de recreo, porque tenía piscina, cines, restaurantes…. Estaba enfrascado en esos pensamientos cuando, de pronto, la mole se puso en movimiento: ante mis ojos el crucero se deslizaba tranquila y majestuosamente, y entonces me dije: “¿Navega?, pues es un barco”.
“Lo que define a un crucero bien claramente”, continuó el narrador, “es que navega. Pero yo, que he estado todos estos días oyéndoos hablar de bibliotecas, no he escuchado de ellas una definición tan sencilla y definitiva como esa. Creo que no la tenéis. Creo que los bibliotecarios de hoy no sabéis exactamente qué es una biblioteca”.
Esas palabras me espolearon. Desde que oí a aquel narrador estoy tratando de encontrar una definición de biblioteca tan simple como la que él aplicó al crucero, y quiero compartir con ustedes mis cavilaciones en este 24 de octubre, Día de la Biblioteca.
Tengo en casa un precioso libro titulado “Palabras por la biblioteca”. En él cuarenta y un amantes de la biblioteca escriben pequeños y emocionados artículos en torno a ella. Así, lo primero que hice fue buscar ese libro; estaba segura de que ahí encontraría la definición perfecta.
Una biblioteca, dice uno de sus amantes, es un espacio para la libertad. Y yo estoy de acuerdo: en la biblioteca uno puede moverse sin trabas, leer todos los libros que quiera, escuchar música, tomarse un café, consultar el correo electrónico, dormir… además, en las bibliotecas actuales no se exige, como antes, el silencio: en nuestra biblioteca hasta se puede tocar el piano. ¿Es ésta su definición ideal? A mí se me queda un poco corta.
Una biblioteca, dice otro, es luz para nuestros ojos, y también tiene razón: todos los materiales que una biblioteca contiene llevan dentro la luz que proporciona el conocimiento. Pero si la definiéramos así se confundiría con otras muchas cosas: el sol, la luna, las estrellas, una bombilla… Esa definición tampoco es perfecta.
Una biblioteca, dice un tercero parafraseando al poeta Celaya, es un arma cargada de futuro. Y un cuarto, también seducido por el lenguaje poético, afirma que es una ventana por abrir. Sí, la biblioteca también es esas cosas, pero veo demasiada metáfora para una simple definición.
La biblioteca es la casa de los libros. Es un mundo por conocer. Es garantía de libertad. Es nuestro hogar, lugar de encuentro, institución de la que puede sentirse orgullosa una comunidad… Esas son otras tantas definiciones acertadas que he ido encontrando, pero yo busco algo más envolvente.
Las bibliotecas, todas las bibliotecas, son los únicos lugares donde los libros existen de verdad, viven de verdad. Lejos de las leyes del mercado, de sus imposiciones y exigencias. Esta definición, expresada por una de nuestras mejores escritoras, Mar Lozano, me encanta, pero para poder comparar con el narrador gallego necesito algo más corto.
Y entonces me acuerdo de unas palabras que me dijo hace muchos años mi hijo, cuando él tenía cinco. “Ya sé para qué sirven un padre y una madre”, afirmó solemnemente. “¿Sí?”, le dije yo con mucha curiosidad, “¿para qué”. “Un padre, para contestar todas las preguntas. Una madre, para resolver todos los problemas”
No sé si todos los padres y todas las madres sirven para lo mismo, pero sí sé que las bibliotecas son como los padres y las madres ideales de mi hijo: contestan todas las preguntas y resuelven todos los problemas. La definición de biblioteca, expresada con una pregunta, a la gallega, podría ser, pues, más o menos la siguiente: ¿Es tan necesaria, cariñosa y útil como un padre y una madre juntos? Entonces es una biblioteca.
Feliz Día de la Biblioteca. Que ustedes la disfruten y nosotros, los bibliotecarios, podamos verlo.
Blanca Calvo