Las gafas se mantenían todas del mismo color blanco,
anodino, con un punto de aburrimiento; observando con envidia los colores de la
gente que entraba y salía del establecimiento .
Entre ellas habían fantaseado con hacer como los camaleones, ponerse del color del primer cliente que se les acercara demasiado. Pero nunca se habían atrevido, por si el dueño de la tienda se enfadaba con ellas.
Sin embargo, un día, el dependiente puso al lado del expositor donde descansaban las gafas, un directorio con numerosos destinos, muchos nombres de ciudades diferentes, lejanas, exóticas.
Y las gafas empezaron a imaginar los colores de esas ciudades…
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