martes, 23 de agosto de 2011

Se acabó el macrobotellón


Se acabó. Cada mochuelo a su olivo. Por fin terminaron las Jornadas de Macrobotellón de la Juventud católica (JMJ).

No sé si serán muy católicos, lo que sí sé es que son muy cerdos. Solo hay que ver cómo han dejado el aeródromo de Cuatro Vientos, donde el señor Ratzinger, presidente de la gran multinacional del Vaticano, les ha dado a sus seguidores sus consignas.

¡¡Qué vergüenza!! ¿Qué pasa, que los que han hecho el macrobotellón en el aeródromo no podían haber limpiado toda la basura que han dejado? Acabo de ver en TVE la noticia y es una auténtica vergüenza ver cómo lo han dejado todo. Pero, eso si, la periodista que ha cubierto la información, no ha hecho ni una referencia al comportamiento de los cerdos que han ocupado estos días el aeródromo.

Y también algún que otro violento ultracatólico.

Aparte de eso, la visita de Ratzinger nos ha mostrado lo peor, lo más violento, de los policías antidisturbios del régimen. Espero, es un decir, que investiguen a estos matones y a los que han dado las ordenes de cargar contra personas indefensas y pacíficas.

Muy chulitos se ponen; con pistola, porra, casco y demás, es muy fácil ponerse macarra y pegar a todo lo que se mueve. Además, yendo en grupos numerosos y contando con la ventaja del anonimato (no van identificados, como es su obligación), es facilísimo insultar, amenazar gravemente y humillar a gente indefensa y pacífica.

El Estado español no debería tener en nómina a este tipo de elementos, corre el riesgo de ser equiparado a otros regímenes no democráticos.

Menos mal que dentro de unos días empezarán las dimisiones, los expedientes, las sanciones, las expulsiones... en el gobierno y ministerio del Interior español por estos días de represión policial que nos están haciendo vivir. Hay que tener confianza, hermanos...

El régimen represivo de Juan Carlos de Borbón no tiene nada que envidiar a los otros regímenes a los que tanto les gusta citar los grandes medios de comunicación españoles. Hay muchos vídeos circulando por la Red que pueden servir como ejemplo del anormal comportamiento de la policía durante la visita del jefe de la multinacional Vaticano.

Por fin se han ido; que encuentren tanta paz como descanso dejan. Y, si es posible, que no vuelvan.

domingo, 21 de agosto de 2011

Solo por informar


Daniel Nuevo

Vuelvo en el metro camino a casa. Hace diez minutos estaba en la calle Atocha tirado en el suelo recibiendo porrazos, puñetazos y patadas por parte de nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. ¿Por insultar? ¿Por provocar? ¿Por arrojar objetos? Pues no. Solo por fotografiar una agresión policial a una chica que cometió el delito de pasar por allí y no llevar mochila del JMJ.

Tras la carga policial en la Calle Carretas, hubo una aparente calma. Vi a un grupo de 15 integrantes de las FCSE dirigirse por la calle Atocha en dirección a la parada de metro de Antón Martín. Un grupo de personas entre las que había peregrinos e integrantes de la concentración laica de Sol bajaba por la acera contraria. Decidí seguir la “expedición”. De entre el grupo se oyeron algunos insultos dirigidos a los policías. De repente, la policía cortó la calle. Interrumpieron el tráfico y crearon una barrera que impedía el paso. Iba a la altura de ellos y tras identificarme como fotógrafo me ordenaron situarme detrás de ellos.

Comenzaron a filtrar a la gente que podía pasar en función de la mochila que llevaban. La primera chica que no llevaba mochila de la JMJ fue inmediatamente identificada como la que les había insultado. Había más gente, pero él (en todo momento fue la persona que estaba al mando quién llevó la voz y mano cantante en las palizas) necesitaba su dosis de ostias. Primero fue un tortazo, después un porrazo tras otro. En ese momento comencé a hacer fotos, 2 exactamente. El flash me delató, y dirigió todas sus energías hacia mí. “La cámara, dame la puta cámara” fue lo que escuché inmediatamente antes del primer porrazo.

[+ Info]


[Video]






jueves, 18 de agosto de 2011

Los palos gratis de la poli

Lidia Ucher


Son las 2:36 de la madrugada del 18 de agosto. Todavía no sé qué me ha pasado hoy. Sólo sé que he sentido miedo y todavía tengo mucho miedo metido en el cuerpo. He sentido que mi suerte esta noche estaba en manos de quien debía protegerme como ciudadana, y me temí que no iba a ser la mejor de las suertes:

-¿A quién vas a denunciar, gilipollas, a la policía? Atrévete a decir que la policía te ha robado 6.000 euros esta noche, a ver si alguien te cree. No te atrevas a probar el asiento, no... al suelo!!!

Esa tarde salí a la calle sólo a manifestarme a favor de un Estado que respetara su ACONFESIONALIDAD, y que no diera privilegios a creyentes de una religión sobre ninguna otra creencia. Me han educado en el catolicismo, sí, y respeto, soy tolerante con todas las creencias. Porque yo creí hasta que dejé de creer, gracias en parte a mi educación, a mis lecturas de filosofía, a mi carrera universitaria de Periodismo. A mis viajes, a mis amigos y amigas de creencias musulmanas. Me hicieron ver que hay muchas maneras de tener fe, de ver el mundo, de vivir.

Esta tarde salí a la calle de forma pacífica, como siempre, sin ni siquiera, esta vez, hacer fotos ni publicar en las redes sociales. Quería estar allí, reunirme con mis amigas y amigos, con Carlos, con Yolanda, con María, con Jonás. A todos los pude encontrar en la plaza Jacinto Benavente. Estaba feliz de compartir con ellos una tarde de agosto en Madrid, mientras decido los siguientes pasos a dar.

Nos despedimos de parte del grupo en la misma plaza. Seguimos adelante hacia Sol, entramos en la plaza. Vuelvo a sentir la emoción de los primeros días de mayo. Nos quedamos en Puerta de Sol, hablando con gente, bailando con las batucadas, siguiendo a la policía a ritmo de Cunga cuando la vemos correr en fila y posicionarse en calle Montera. Todo en un ambiente festivo, pacífico. Subimos hacia Alcalá, divisamos Cibeles cuando nos topamos con la Policía. Sólo nos dejan pasar sin "cartelitos" del 15M. Están claramente protegiendo a los peregrinos que corean a gritos "Viva el Papa!" mientras cenan en el VIPS. Observamos a ciudadanos y ciudadanas indignados por no poder pasar sin el visto bueno de la policía. -"Cuidado porque los peregrinos estos saben que están protegidos y van provocando, pero si les respondes, te detendrán a ti, no a ellos", nos dice una mujer en la calle Alcalá.

Vamos a Tirso de Molina por donde buenamente podemos. En los cines Yelmo Ideal escuchamos que la Policía está cargando en Sol. Damos media vuelta y nos acercamos a calle Carretas. Por primera vez, me asusto al ver tan de cerca a la policía con porra desenfundada dispuesta a golpear. Vemos las lecheras en Jaciento Benavente cortando la calle desde arriba. -"Nos están encerrando", escuchamos. Retrocedo a la altura de calle Cádiz. -"No quiero ni un palo ni medio sobre mí", le digo a Jonás. Perdemos a Carlos. -"Me han encerrado en Sol", nos pone en whatsapp. Nos dirigimos a la calle Mayor. En calle del Correo vemos apostada a la policía. Nos dirigimos hacia las vallas. Preguntamos qué está pasando porque dejan vía libre a las filas indias de gente de amarillo y a nadie más. Nadie puede pasar si no va vestido de amarillo y en fila india. Una chica pregunta si puede pasar porque tiene su bici en Sol. Le prohíben el paso. Nos quedamos todos observando los movimientos totalmente arbitrarios de vallas según si vamos de amarillo o no. Jonás insiste en preguntar por qué no puede pasar el resto de la gente, la plaza está vacía y no parece que haya ningún peligro.

-"Tú, listo, como sigas molestando con tus preguntas, te enteras... de hecho, te vas a enterar".

No le dejan preguntar más. A la primera de cambio se lo llevan al lateral izquierdo de la furgoneta. Le interrogan, le registran, le piden documentación. Una chica me dice que lo que debe hacer él es pedirles la identificación. Le mando un whatsapp: "Pídeles tú la identificación". Nadie lo ve, no hay nadie alrededor ni nada que podamos hacer. Les pregunto a unos chicos con cámara si son periodistas. Me miran con cara de "a mí no me metas en líos". Pasan minutos. No sabemos qué le están pidiendo. Nos sentimos indefensos, impotentes, preocupados y nos entra rabia, ansiedad, muchos nervios.

Lanzo un tweet. "Están deteniendo a @jonascandalija". Me aseguro de que se envía, no había podido en toda la tarde. Tengo poca batería. Inmediatamente después veo con asombro y perplejidad infinita como una fila de peregrinos atraviesa las vallas y se mete en Puerta del Sol pasando por delante de la lechera donde tienen a Jonás retenido.

No doy crédito, ¿nadie ve lo que está pasando?¿de turismo por Puerta del Sol mientras la Poli actúa impunemente delante de las narices de los peregrinos? De un arrebato me cuelo en la fila.

-"Eh, eh, ehhhhhhhh, ¿dónde vas tú, dónde vas, dónde vaaaas?¿Qué no me oyes, o qué? Me agarra fuerte por el brazo y me para. Policía con perilla.

-"Quiero saber qué le estáis haciendo a mi compañero". "No, no puedes pasar, no puedes no puedes". Forcejeo.

-"Que quiero saberlooooooooooooooooooooooooo". Grito e intento escaparme. Me cogen por el cuello y la cabeza, me arrastran contra mi voluntad a la furgoneta policial, me hacen tirarme en el hueco entre el asiento trasero y el delantero.

-"Nada de asiento, al suelo, al sueloooo". Me encierran. Me registran. Me insultan.
-"Qué se ha creído esta pilingui. Registrarla ahora mismo, toda, si hace falta, que venga una mujer que la cachee por si lleva algo encima". Todo esto, a gritos, con insultos, desprecios y expresiones humillantes que me hacen sentir miedo atroz. "Estos, hoy, me matan y nadie se entera".

-"Os voy a denunciar por detención ilegal, ¿de qué se me acusa?". -No estás detenida, sólo estamos identificándote, danos tu DNI". Lo busco, les entrego mi carné profesional de prensa. -"Esto no nos sirve de nada, tu DNI". Me tiran a la cara mi acreditación. -"Soy periodista, que lo sepáis". Me retienen en la furgoneta sin más explicación. Miro a través de la luna izquierda como siguen interrogando a Jonás. Grito fuerte para que me oiga y me vea. Me hacen callar, me empujan y cierran la puerta.

Todo lo demás, pasa tan rápido y es tan humillante que apenas puedo aún dar crédito a lo que nos ha pasado, a todo lo que nos han hecho, nos han dicho, a todo el abuso de poder que han ejercido sobre nosotros. Me sacan y me llevan detrás de la furgona, intento que me vean y que alguien pueda hacer fotos.

No hay nadie mirando, sólo algunos peregrinos pasando por allí. Incluso un grupo está atendiendo las indicaciones de un policía justo enfrente de mí pero ni se inmutan. Puedo ver a una colega de RNE micro en mano entrevistando a otros peregrinos. Intento que me devuelva la mirada, no lo tiene difícil. Pero no hay manera. Me enseñan de malas maneras la supuesta denuncia contra mí.

-"Puedes firmarla o no, da igual". No la firmo, ni me la entregan, ni puedo leerla. -"Te va a costar esto... unos 4.000 euros, o de 4.000 a 600.000". Pienso que como no lo voy a poder pagar, ni me esfuerzo en recordar la cifra. Me dicen que me van a soltar en la calle Mayor.

-"A esta os la lleváis, bien lejos, y se acabó". Me lleno de rabia otra vez. Ni me leen derechos, ni me leen la denuncia, ni me dicen por qué me retienen, ni qué se supone que he hecho. Nada. "Esto no lo voy a dejar así", pienso. Me agarran por los brazos dos tipos y me llevan medio en volandas hacia las vallas de calle Mayor.

De camino les digo que me devuelvan mi turbante, que de un manotazo en la cabeza al meterme en la furgona, a empujones, me lo han quitado.

-"Volvéis a por él y me lo traéis", les digo con mucha rabia.
-"Que te crees tú eso, gilipollas". "Si me insultan impunemente, me amenazan, me humillan, me agreden, pues por lo menos les devuelvo el insulto", pienso.

Me tiran tras las vallas. Corro. Me tiran al suelo, tres o cuatro policías. Me cogen por el cuello, me fuerzan y me ponen los brazos tras la espalda, me ponen la cabeza contra el suelo.

-"Ahora sí que te vamos a detener y a llevar, por insultar a la policía". Me arrastran de nuevo desde esquina de calle Mayor con Sol hasta la furgona, que está a la altura de la calle Correo. Me quejo, me hacen daño, me fuerzan más, me insultan y me gritan.

-"Te duele, eh??, ahora sí que te vas a enterar..." Me hacen mucho daño. Me estampan la cabeza contra la puerta de la furgona, con las manos atrás. Hay otra mujer detenida junto a mí, sentada en el borde de la puerta. Me piden el DNI de nuevo.

-"El bolso se lo han robado sus amigos del 15M". -Posteriormente, mis amigos me confirman que le dijeron a la policía que lo tenían allí con ellos pero no les hicieron caso-.

No dejaron de repetirlo. -"Esos que son tus amiguitos del 15M, te han dejado sin bolso, luego dirás que somos nosotros los que robamos". Sin DNI ni nada, ni ninguna explicación, sólo siguen insultando y hablando entre ellos: "Pues parece que hemos vuelto a tomar la plaza"o "Ya os decía yo que iba a ganar la porra". Cosas así.

-"Luego dirás que nos hemos portado mal contigo, pero para que veas, puedes sentarte, incluso vamos a buscar tu turbante". Así me responden cuando les digo que me han insultado ellos primero y que no he hecho nada más que pedir mi turbante. Se acerca de nuevo el policía de la perilla:

-"Ahora la multa va a ser más gorda, ¿la quieres firmar?". -"No". -"Pues nos da igual otra vez, ahora te dejamos ir y cuidado con lo que dices". Algo así. Yo sólo quiero salir de allí, no puedo más con esa humillación por parte de los cuerpos de seguridad que se supone están para protegerme. Me siento fatal, decepcionada, castigada impunemente, humillada como nunca en mi puta vida.

Salgo de allí y veo a mi amiga Carlota con mi bolsa en la mano. Nos abrazamos. Siento la solidaridad de todo el mundo. Quieren ser testigos, me ayudan, me asesoran, me dan teléfonos, me animan a que denuncie, a que ponga un parte médico por lesiones, a identificar al poli que se ha ensañado bien conmigo. No lo logramos. Se han ido inmediatamente y son relevados por otros que se lavan las manos. Hablo con los compañeros por teléfono.

Gracias Juanlu, Merche, Yolanda, Carlota, Leila y toda la gente que de manera anónima, sin conocerme, me ha apoyado. Confío plenamente en las ciudadanas y ciudadanos que han sentido como yo las patadas morales y físicas de nuestro Estado, Gobierno y cuerpo de Policía. Esto va en serio. Y ahora me tienen plenamente enfrente. Lo juro por mi conciencia, que sigue intacta.

sábado, 6 de agosto de 2011

Perder los papeles



Enrique Dans


Perder los papeles. Perder el sentido de la proporcionalidad en la respuesta, atacar con represión brutal una protesta completamente pacífica. Responder a unas molestias con golpes y sangre. Detener e incomunicar a periodistas que únicamente cumplen con su deber de informar. Perder el sentido común.

“Heridos leves”, interesante eufemismo. El impacto de una porra sobre la cabeza, una brecha sangrante o un hematoma que tarda semanas en curarse. ¿En respuesta a qué? A leves molestias, a pequeños cortes de tráfico, a gritos, a algún insulto – inevitable y que para nada responde al espíritu de la generalidad de los convocados – a la travesura de colgar un cartel de la valla de un ministerio. Violencia policial ante los “indignados” más dignos, más serios y más pacíficos de toda Europa. ¿Policías heridos? A ver, alguna foto: en un sitio lleno de cámaras y teléfonos móviles, nadie ha podido todavía enseñar ninguna fotografía de manifestantes atacando a la policía.

Esto es lo que define todo: políticos que hablan entre sí, y si hay acuerdo para asumir el desgaste, se justifica todo. Se justifica la violencia, los porrazos, el cierre de una plaza durante días… No, el cierre de la plaza y los problemas de los comerciantes no es “culpa” de los indignados, que ya únicamente estaban allí en presencia testimonial y sin molestar a nadie. Es culpa de una respuesta desproporcionada, absurda, totalitaria y sin sentido. Cerrar una plaza para evitar “que gane el otro”, empeñarse en el “no pasarán” y montar una especie de guerra entre policías y ciudadanos es algo que en cualquier democracia civilizada debería dar lugar a ceses fulgurantes. Quien justifica la violencia, los porrazos y la sangre con un “es que ocupan la plaza”, “es que gritan”, “es que cortan el tráfico” o “es que molestan” debería hacerse mirar su sentido de la proporcionalidad. Su sentido común.

Recuérdalo: en un movimiento que demanda cambios de base en la forma en la que se administra la democracia, nunca vas a poder estar de acuerdo en todo. Solo podrás estar de acuerdo, como la gran mayoría de la sociedad española lo está, en que hacen falta cambios, y que la presión social es la única manera de conseguirlos. Sin presión social, ya sabemos lo que pasa. La partitocracia prescinde de las reivindicaciones de los ciudadanos, las fagocita en forma de mensajes electorales vacíos, las deja caer en saco roto o incluso les da la vuelta. No, no vas a estar de acuerdo con TODO lo que piden TODOS los indignados, porque si quieres que sean muchos, algunos de esos muchos tendrán posiciones que no serán como las tuyas. Pero todos quieren – queremos – cambios, y mantener la presión social es la única manera de acercarse a que se consigan. Mantener la presión social implica seguir en la calle, pacíficamente como siempre se ha estado.

La resistencia pacífica y la ausencia total de violencia han caracterizado y dado carta de naturaleza a este movimiento desde su inicio, y así debe seguir siendo. Es fundamental que sea así. Si ha habido sangre, plazas sitiadas, violencia policial y periodistas encarcelados es por culpa de salvajes que ordenan a la policía cargar contra una multitud pacífica. Por culpa de un sistema que ha perdido los papeles. Salvajes que ordenan a la policía que pegue a ciudadanos pacíficos y desarmados, y que después inventan las delirantes razones que supuestamente tuvieron para hacerlo. Si no les obligamos a recuperar los papeles, si no forzamos la actitud, cuando termine su período de marketing y hayamos depositado su ansiada papeleta en la urna, será mucho peor.

Recuerda: #nolesvotes.

Cerrar plazas. Encarcelar periodistas. Pegar a ciudadanos pacíficos. Está claro: han perdido los papeles.